tokio (un poema de pedro alcarria viera)
Los oficinistas trabajan
en prístinas cuadrillas,
manadas impolutas,
desfilando por las calles apiladas
en niveles superpuestos,
como hormigas sobre
la catarsis de nata de una tarta.
O sobre el arrepentimiento y la culpa
final del entomólogo.
Trabajan afanosos para justificar
el placer, agrio como semen seco,
que elevó la implacable sátira de los edificios
y los anuncios farmacéuticos,
a las formas parasitarias más altas.
Los solitarios se consuelan en sueños,
dominan Tokio, y se apoderan
de cada barrio, canal o represa.
Aunque de noche
nadie duerme en Tokio.
Hay catedrales en sus profundidades oscuras y remotas,
en abismos bajo tierra, repletos de gente sonriendo,
horribles cuevas sin romances en la noche.
Aunque de noche
nadie duerme en Tokio,
en la noche calurosa
alumbrada por la radiación.
Bajo la radiación,
Tokio se atiborró de luz que
tatuó todo su cuerpo.
Se ahogó con la resaca del oxígeno
durante un incendio fosforescente.
Fue golpeado por la ola de sangre
que bombeó el corazón
apuñalado de Godzilla.
Tokio surgió como un recién nacido,
para destruir a la vieja madre,
rompiendo la placenta negra del cemento. Pedro Alcarria Viera (De En compañía extraña)
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