un poema de pedro alcarria viera





Mendigabas de puerta en puerta,

te ofrecías para leer el futuro 

en cáscaras de nuez.

Me retabas a atrapar manzanas

con los dientes.

Mientras yo rezaba

en las carnicerías,

tú organizabas fiestas que eran

trampas de fuego, emboscadas

militares, fastuosas bodas,

con gitanos relucientes de oro,

que acababan en un desfile

de guerreros zulúes, marchando 

con pompa sobre las ciudades.

Extrajiste mi nombre 

de una vieja bolsa de cuero. 

Con aire de total indiferencia,

me acomodaste en una cámara frigorífica

con paredes revestidas de terciopelo.

Soy fulano de tal me susurrabas, 

soy tantas cosas antiguas

que no saben qué hacer de ti...

Quisiste hacerme pagar mi tibieza,

con el desvelo inflexible, fanático, 

de una madre de manos maltratadas.

Por evitar tu mal genio

y no esconderme en el desierto,

asentí mansamente.

Pero a continuación sonreíste

y te abriste el pecho con las manos,

y arrojaste tu corazón 

por la ventana, junto

con todos los trastos de mi casa. 

Al momento, el corazón empezó a latir

entre las ollas y las cucharas,

las escamas de los astillados azulejos, 

los electrodomésticos muertos,

las cornamentas, los aperos,

los bastones para manejar el ganado

que corría, redoblando los cencerros 

en mitad de una explosión de plumas de gallina.

Toda la fantasmagoría que pudiste reunir, 

y el corazón que arrojaste de tu pecho

latía en lo alto, 

bajo la sombra que proyectaban tus ojos,

latía sobre las cosas apiladas en la calle.

Prende fuego a todo, prende fuego a todo, 

me oí gritar. 

Y eso hiciste, soy testigo.






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