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entrevista sobre el libro de Pedro Alcarria Viera, Camada en solidaridad digital




















    Alcarria

    Entrevista

    28 Mayo 2021

    Pedro Alcarria, poeta

    «Hay que temer al lobo, porque es la bestia sin culpa que se alimenta de nosotros»

    Esther Peñas / Madrid

    Camada (Vitruvio). Camada. Conjunto de las crías de ciertos animales nacidas en el mismo parto. Camada. Piso de ademes en las galerías de las minas. El último diván de Pedro Alcarria tiene algo de estas dos acepciones de la palabra: camada. Las crías, de lobo, que deambulan por los versos son animales que deambulan al acecho –a veces de sí mismos- a golpe de instinto y de olfato ensangrentado (la ferocidad, que no deja de ser una ternura olvidada), pero también algo de los ademes que se ven en las minas, esos tablones que apuntalan las paredes: algo de contención antes de la detonación anímica. El lobo de este poemario pareciera buscar su sentido. «El lobo es la piel del azar/ Signo extraño nacido solo centro/ Boca en llamas que dice fatalidad/ Rojo y bello mundo animal». Y su canto roza una irracionalidad de un lirismo antiguo, elegante, existencial.

    Como animal totémico, ¿qué le simboliza el lobo?

    El lobo tiene características muy curiosas y únicas, me parece a mí, en comparación con otros animales, a los que solemos otorgar rasgos y motivaciones humanas. Y es que no tienen asignado de forma inmutable un carácter moral determinado. Los lobos de los cuentos clásicos son asesinos insaciables -y un poco libidinosos en mi opinión- cuyo comportamiento contrasta mucho con el de otros congéneres, como los miembros de la manada que de forma altruista acoge a Mowgli en El libro de la selva. Dependiendo del contexto, nos pueden parecer indistintamente criaturas malévolas o nobles sin que esa disparidad nos choque. Esa ambigüedad de su personalidad es lo que me atrae del lobo. Además, también pensé que le podía dar un movimiento interno muy interesante al libro, singularizando en una imagen emblemática cierta voluntad de persistencia atávica, insaciable, más allá del bien y del mal.
     
    ¿De qué no puede saciarse nunca una «camada hambrienta»?

    Querría que eso fuera algo que decidiera el lector. Supongo que esa hambre puede significar algo distinto dependiendo de lo que cada cual proyecte sobre el texto. La camada del libro no puede ser saciada porque es justo la plasmación de un ciclo de hambre, avidez y voluntad de supervivencia.
    Abundando en esto y conectando con lo que me preguntabas antes sobre el simbolismo del lobo, hace unos días, un compañero de trabajo con el que comparto pequeñas miserias desde hace casi diez años, pero que desconocía que yo escribiera, al enterarse de la salida del libro, me preguntó ¿de qué trata? Y es que las personas que no están habitualmente en relación con la poesía son las que suelen hacer las preguntas más inconvenientes, que otras que sí la escriben o la leen, no hacen por delicadeza, pero que acaso son las más relevantes. En ese momento la pregunta me cogió por sorpresa y no supe contestarle. Más tarde, pensando en ello se me ocurrió una posible respuesta, probablemente no la mejor, pero sí una accesible y válida para él. Y es que mi compañero de trabajo y yo compartimos afición por las películas de acción de los 80 tipo Rambo. Le podría haber dicho -y me hubiera entendido perfectamente-: trata de la lucha por la supervivencia en un ambiente hostil. Sea lo que sea aquello que anhela la camada, lo cierto es que la lucha para conseguirlo se desarrolla en un entorno adverso y de privación.    
     
    ¿Por qué la vida del lobo transcurre en la noche?

    Pues no había concebido el discurrir de estos lobos como únicamente nocturno pero, ahora que lo pienso, sí que es posible que haya un acento en ello. La imagen liminar del libro es la de un manto de nieve, de una extensión inmensa, en el que han quedado estampadas las huellas de un lobo, revelando, destapando, lo que hay escondido bajo ella. Y sí, quizá sí hay un contrapunto de esa nada blanca con la noche; como otra forma de hollar el vacío, de trazar una senda en lo misterioso, el camino del lobo en la oscuridad que es también un penetrar en lo oculto.

    ¿Hay que temerlo, al lobo?

    Sin duda. Plutarco cuenta el episodio de un niño espartano que esconde un cachorro de lobo bajo la capa, y permite que el animal le desgarre el vientre con uñas y dientes, aguantando el dolor hasta morir, antes que descubrirse. El episodio se narra para ilustrar la severidad de la educación espartana y de la dureza y disciplina de sus guerreros, pero a mí me parece más bien conmovedor y terrible ese contraste entre la ternura y el desamparo del acto infantil, con lo irracional, lo perentorio del animal abriéndose camino en la carne. Esos encuentros brutales entre dos necesidades, a veces sobrevienen, son una parte inevitable de la vida. Hay que temer al lobo, porque es la bestia sin culpa que se alimenta de nosotros.     

    ¿Cómo saber si uno «huye o caza»?

    Bueno, el propio lobo tiene sus depredadores, por lo que su condición de cazador no se contradice con la de presa. Siempre hay que suponer la existencia de un antagonista. También al escribir, que es en sí mismo un acto defensivo. Todo acto creativo, toda escritura, se debe dar por oposición a algo o a alguien.

    ¿De qué depende que seamos víctima o verdugo?

    Cazador y presa, víctima y verdugo… el libro está lleno de dualidades y oposiciones parecidas. Una misma individualidad puede albergarlas. Me remito de nuevo al signo ambiguo del lobo. Pero curiosamente, para que esa condición mutable encuentre su equilibrio en el poema y no resulte gratuita ni azarosa, debe mediar cierta noción de justicia.  

    ¿Dónde reside la dignidad del licántropo?

    Me gusta que menciones al hombre lobo, porque aunque no es una figura que aparezca de forma explícita, sí que en cierto sentido sobrevuela muchos de los poemas. En mi opinión el hombre lobo es el monstruo más parecido al héroe trágico, porque como víctima de una maldición no es dueño de su destino, ha sido cegado por los dioses. No está animado de una inteligencia demoniaca, como el vampiro, ni es pasivo como un zombie. Encarna el mayor grado de esa ambivalencia que mencionaba y que lo convierte en una criatura única en el panteón de los monstruos clásicos, porque no es categóricamente bondadoso o malvado, si no que vive esclavizado por un ansia irrefrenable. Es lo que le confiere, no sé si dignidad, pero sí su carácter distintivo.  
     
    ¿Cuánto rastro de sangre dejan tus versos tras de sí?

    Sí que es cierto que la sangre está muy presente en el libro y como elemento recurrente en muchos otros poemas míos. La sangre sobre la nieve o sobre el blanco de la página puede tener un efecto de lo más elocuente y dramático. Presupone el vestigio de un animal herido, pero también de un apetito de sangre, de vida derramándose, de un hilo que conecta la existencia del cazador con la presa. Es pulso, es latido, el batir del poema… Y en cierto sentido también el tributo necesario para que la historia, el poema, comience, porque todo inicio tiene un precio de sangre.

    ¿Cuáles son sus fauces?

    Cualquier órgano, sentido o ciencia de la que se sirva para aprehender los restos supervivientes de una realidad no esclerotizada.  

    ¿Qué conjura el aullido del lobezno?

    El libro está recorrido por lobos de distintas edades, hay lobeznos y lobos adultos, pero también algún lobo anciano, todos ellos comparten un mismo lenguaje… primitivo. Tú hablas de conjuro, palabra interesante que tiene el doble sentido de invocación y de expulsión. Se trata en cualquier caso del aullido de la manada, de un canto común.   

    La mirada, los ojos, el campo de visión irrumpen una y otra vez el poemario. ¿De qué manera hay que saber mirar el mundo? ¿Y el poema?

    Se suele decir que la poesía es un tipo de actividad que se desarrolla de forma más brillante en la juventud. Y en mi caso al menos, es verdad que, con 20 años, me parecía que era posible estar, pensar, sentir el mundo en su dimensión poética, con plenitud. Pero hace tiempo que perdí ese mirar extrañado. Y te confieso que tengo la mirada chata, bulímica de nuestros tiempos, que necesito el texto, la elaboración del poema para aquilatar la impresión y extraviarla, para llegar a ese añorado envés de las cosas. Contra esa incapacidad, tengo la convicción de que el asombro por las cosas, aunque se oculte a la vista, sigue ahí, fuera de campo de alguna manera, desplazado. Pero lo intuyo, me eriza el vello su proximidad. De modo que el proceso de creación es ese moverse, ese correr el punto de vista, esa búsqueda para centrar la mirada, para enfocar.

    «No hay mundo en la canción, solo un esbozo». Si pudieran cantar, ¿qué música tararearían estos versos?

    La verdad es que me cuesta relacionar estos poemas con ningún tipo de música, porque están escritos en un periodo de varios años y no recuerdo exactamente qué escuchaba por entonces. Por lo general, muy pocas veces me pongo música para leer, y desde luego jamás mientras escribo. No me parece posible escribir con música de fondo, porque uno debe atender a cierto ritmo interno del poema. Al trabajar en verso libre esto a veces es extraordinariamente sutil y complejo, así que cualquier música me parece una interferencia. Y te diría más, me resultan irritantes ciertos recitales poéticos, que a veces he sufrido, en los que se declama sobre una base musical, con el acompañamiento de un piano o una guitarra… Me parecen un error. Pero volviendo a tu pregunta, esa canción del verso quizá sí esté próxima a algunas expresiones populares. Ciertos palos del flamenco tienen esa forma de decantar el fraseo, de sopesar cada palabra e ir sosteniendo un verso sobre el siguiente. Eso sí me suena bastante a una forma de canto, a un decir encantado. 

    ¿De qué depende que nos entendamos con ese «otro cuerpo íntimo» que cada uno de nosotros alberga? 

    Desde el Yo soy otro, de Rimbaud, hasta la escisión entre realidad y deseo de Cernuda hay un tipo de poesía que tiene mucha relación con ese estupor ante el espejo que todos hemos sentido alguna vez. Yo poco puedo aportar a la idea del poeta como ser desdoblado, pero sí puedo asegurar que no soy la misma persona que escribió este libro. Para mí, que tengo una mente caótica, el poema es el lugar desde donde partir a la búsqueda de un encuentro entre la propia razón y lo inesperado. El entendimiento con ese otro cuerpo se da, fugazmente, en esos escasos momento en que puedes decir con total honestidad: esto no lo he pensado nunca, esto no lo he expresado jamás, antes que en este poema.
     

    https://www.solidaridaddigital.es/noticias/cultura/hay-que-temer-al-lobo-porque-es-la-bestia-sin-culpa-que-se-alimenta-de-nosotros

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